
Es domingo a la tarde y el sopor invade la ciudad de Buenos Aires. No parece haber muchas formas de pasar el día más depresivo de la semana: las opciones se reducen a dormir la siesta, pensar nuevas técnicas de suicidio o vegetar frente a la tele mirando la película de porristas con Kirsten Dunst.
Eso pensaba hasta el domingo anterior, cuando un informante anónimo me advirtió sobre una forma aún más idiotizante de pasar el fin de semana. Me hablaba de la existencia de una nueva tribu urbana que, desafiando todo escrúpulo, pretendía superar en ridiculez y homosexualidad a los darkies, orondos aficionados a sentarse en el termo. "Se juntan siempre en el Abasto", me decía el lacónico e-mail. "Me gustaría decirte que consumen sustancias prohibidas, que escuchan 'música de rock' con mensajes satánicos y que hacen uso de un lenguaje depravado, pero esto es peor. No puedo seguir escribiendo", se despedía, instándome, sin decirlo, a investigar por mi cuenta.
Decidí ir al Abasto. Al entrar, me invadió una sensación de extrañeza. En la entrada del cine Hoyts se percibía un tufillo a cotolengo que resultaba extraño incluso en el contexto de una tarde de shopping. Estaban, como siempre, los borregos tratando de robar cámara en el spot de la última película de Francella; también las parejas de tortolitos entrando a ver alguna poronga "de terror japonés" con la intención de practicar el coito en penumbras; tampoco faltaban personajes no tan reconocibles pero igualmente característicos, como las turistas gordas lesbianas o los orientales disfrazados de Daddy Yankee. Recién cuando volví sobre mis pasos (quizás advirtiendo, inconscientemente, que era hora de escapar de aquel antro infame), vi aproximarse hacía mí una horda de extraterrestres transexuales peinados como Goku que exclamaban ininteligibles sentencias en un dialecto propio de un mapuche gangoso ("arre", "t amo blda" "psste plsss", "sseme 1 pte"). Había escuchado sobre ellos, pero nunca había visto uno de cerca. Eran floggers.
Vestían chupines de colores escandalosamente chillones. Al momento de escribir esto, mis córneas aún no se habían repuesto de semejante acumulación de flúos; temí quedar ciego cuando empecé a recorrer fotologs para ilustrar este texto. El look se completaba con inmundos trozos de tela con motivos infantiles y anteojos inmensos que harían empalidecer al mismísimo Willy Wonka. Los peinados consistían en flequillos irregulares fijados con caca. El resto de los detalles son menores, pues lo más llamativo es que la mayoría de ellos parecía haber detenido su maduración física y mental a los cuatro años. Esto se infería al darse cuenta de que no sólo eran tan horrendos como deformes sietemesinos, sino también incapaces de pronunciar una sola oración sin violar absolutamente todas las reglas del idioma castellano.
La primera impresión fue dura, pero lo que siguió fue mucho peor. Ya resignado a no poder salir por la puerta sin cometer un magnicidio, me decidí a observar la situación escondido detrás de un puesto de chipacitos. Se movían en grupos, bailando cuales enfermos de Parkinson con epilepsia al ritmo de una música demencial que no se parecía en nada a Cannibal Corpse. Todos pedían repetidamente que los "effearan", a veces con temibles técnicas extorsivas: "effeame que te effeo", "effeame bldaa", "effeame que te rompo la cabeza". Hasta el día de hoy no entiendo bien en qué consiste el effeo, pero estoy seguro de que se trata de alguna sorprendente forma de satisfacción sexual vía comments.
El comportamiento flogger me resultaba misterioso. Su accionar no parecía ajustarse a ninguna norma: eran rebeldes y despreocupados, como un contingente de abuelos en excursión. Sólo respondían a las órdenes de quien parecía ser su líder, el dueño del fotolog más visitado de la Argentina: un engendro hermafrodita multirracial idolatrado por haber alcanzado el status de "Gold Camera" con sus fotos cuasilésbicas en paisajes del conurbano bonaerense. Decidido a continuar con mi investigación, salí de mi escondite y me perdí entre la multitud. Todos me miraron con espanto: advertían que llevaba una chomba lisa. Era momento de entrar en confianza con ellos.
— Sargento Pepe: ¡Eso! ¡Arriba los floggers! ¡Vamos a effearnos unos a otros en formas cada vez más osadas!
— /emo-golico: jajkajakja psame tu flog ii te pego una effeada jajakjakja
— Sargento Pepe: Estee... dale, después te lo paso, pero es mi primer effeo así que te pido que no me apures y me trates con cariño. ¿Quién es ese obeso fronterizo y sexualmente ambiguo con el que todos quieren sacarse fotos?
— /emo-golico: arre q no entendes nada es /cuestiondepeso q no sabemos si es hombre o mujer o hincha de ñuls pero es la mas grosa ii cuando sea grande qiero ser como ella ii tener 850 firmas en 3 minutos vos decis eso pq sos envidioso negrodemierda
— /arcoiirisdecaca: ee miren todos arre q el de chomba no tiene flog ii esta envidioso pq no es gold ajkajakaj
— Sargento Pepe: No, se equivocan. ¡Yo también quiero effear y que todos me effeen! ¡Amo Fotolog y su cómodas templates, su servicio que no se cae nunca, sus banners que no molestan, su capacidad ilimitada y las múltiples opciones que le brinda a sus usuarios!
Una caterva de eunucos glam me atacó con una andanada de flashes fotográficos al grito de "arre q va para el flog aakjkaj" y otras frases igualmente inquietantes. Las luces me enceguecieron y no tardé en caer desmayado sobre el piso.
Pasó más de una hora hasta que recobré el conocimiento. Estaba en Plaza Once, totalmente adolorido y con la triste sospecha de haber sido "effeado" varias veces sin mi consentimiento. Una pena, porque al menos quería saber qué era.